Si yo les preguntara: ¿Es un castigo ser de pequeña estatura o ser padres de una persona con enanismo?  Puedo imaginarme las contestaciones de todos y cada uno de los que están leyendo este “blog” y estoy segura que la gran mayoría están en desacuerdo.  Y aunque tristemente siempre habrá quien piense diferente, debemos de respetar su opinión.

Hace muchos años atrás viví una de las experiencias que más me han tocado el corazón. Estábamos el que fue mi esposo y yo en una tienda de zapatos y mientras le dábamos vuelta a las mesas con las muestras de zapatos, entraron unas mujeres jóvenes y una de ellas con un bebé.  Al vernos la reacción de ellas fue la que enfrentamos a diario las personas que somos “diferentes”, asombro, incredulidad y en ocasiones hasta un poco de risa burlona.

Para mi esto ya es rutinario y la vida me ha enseñado a ignorar ciertas conductas de la gente y solo aceptar las cosas positivas.  Por lo que, al notar la actitud de las jóvenes, opté por no hacerles caso y continué con mi búsqueda de zapatos, que de por sí, no es muy fácil.  No había pasado mucho tiempo cuando ya mi sistema (mente y corazón) se quitaron las gríngolas y los tapones de oídos para dar paso a un comentario hiriente por demás: “Ojalá a mi Dios no me castigue con un hijo así”.  Demás está decirles todo lo que pasó por mi mente… dolor, frustración, decepción, coraje y hasta lastima, pero no con nosotros, sino con esas mujeres.

Cualquier ser humano que reciba palabras hirientes y nosotros no somos la excepción, sentirá diferentes sentimientos.  El nacer con la condición de enanismo o con cualquier otra condición no es una elección.  Llegamos a la vida así y por algún propósito será.  Y si de algo estoy segura es que no es un castigo ni para la persona con la condición, ni para sus padres.  En mi caso estoy convencida de que mi propósito es llevar un mensaje de educación para que las personas aprendan, entiendan y comprendan lo que es vivir con una displasia ósea.

Fíjense como es la vida, a veces un poco contradictoria.  Hace un poco más de un año, estando reunidos en familia, mi abuelita comentó que cuando era joven vio un niño con enanismo y ella reaccionó como hace mucha gente, se le quedó mirando por la curiosidad.  Años después, llegué yo a su vida.  Nunca antes nos dijo nada sobre esa experiencia y nunca tuvo un trato diferente hacia mí.  Ahora, más de 50 años después nos confesó que pensó mi condición había sido un castigo de Dios por quedarse mirando al niño.  Luego del asombro por su confesión, no les niego que me dio un poco de coraje el que ella hubiese pensado así, pero luego sentí pena al igual que la sentí por las jóvenes de mi experiencia.  Dios y mis padres me han preparado para transformar los sentimientos negativos en compasión y aprender a guardar en mi corazón solo las bendiciones y cosas buenas que recibo.  Agradezco a mi abuelita por aceptarme como soy y por ser un instrumento más para yo crecer espiritual y mentalmente.