Ahora que uno de los temas principales es el comienzo de clases, me ha llevado a pensar en mis años escolares.  Claro está, en este preciso momento el mundo está pasando por un período incierto y lleno de muchas precauciones sanitarias; y a la vez se pone a prueba la buena utilización de la tecnología para que los niños en algunos casos puedan regresar al aula de forma virtual.  En mi época no había nada de tecnología como la que gozamos ahora.  No existían las computadoras ni audio-libros, por lo que si hubiésemos enfrentado una pandemia como la que vivimos ahora, las alternativas para los estudiantes hubiesen sido bien diferentes. 

Cuando tenía tres años comencé a pedirle a mis padres que me enviaran a la escuela.  Me cuenta mi mamá que yo veía a los niños del vecindario pasar frente a mi casa para asistir a la escuela más cercana y yo quería ir también.  Tanto fue mi interés que mis padres decidieron inscribirme en un colegio cerca de mi casa, y a los cuatro años entré a Kindergarden en Colegio Yasmín.  De ese primer año guardo memorias muy bonitas a pesar de mi corta edad. 

Recuerdo que el colegio estaba relativamente cerca de mi casa y sería mi mamá quien me llevaría y me buscaría todos los días a pie.  Como mi hermana apenas comenzaba a caminar, pues tenía un año de edad, y caminar distancias siempre ha sido un tanto retante para mí, era complicado ir a pie.  Así que la solución fue comprar un coche de gemelos.  Mi hermana iba en la parte posterior y yo en el asiento del frente.  No recuerdo mi primera maestra, pero si recuerdo algunos estudiantes de grados mayores que ayudaban a cuidar de los estudiantes de grados primarios. La Navidad de ese año hicieron un drama en el que yo participé como el ángel que anuncio el nacimiento de Jesús.  Recuerdo mi traje en satín amarillo pálido con lentejuelas y canutillos, las alas blancas y una cinta dorada alrededor de mi cabeza con una estrella en el cetro de mi frente.  También tuve que memorizar una línea en la que anunciaba la llegada del niño Jesús.  Lo hice tan bien, que al terminar me invitaron a participar en el drama de otro colegio. 

Para el mes de febrero el colegio organizó una actividad para celebrar el Dia del Amor y cada salón debía seleccionar un rey y una reina.  Cuando la maestra pregunto quién quería ser la reina del salón, de inmediato levanté mi mano y mis compañeros aplaudieron apoyándome.  Y fue así que me convertí en la reina de Kindergergarden.  Para la ocasión mami me llevó a una costurera para que me hicieran el traje.  La moda escogida fue estilo princesa de falda corta y con enaguas can-cán (solo los que vivimos esa época lo entenderán).  Lo decoraron con pequeños corazones rojos que a su vez tenían pequeñas perlitas alrededor. Me hicieron también un manto largo blanco decorado con los mismos corazones que el traje.  Luego de mi coronación, yo debía coronar a la reina de primer grado, pero por alguna razón la niña no llegó y me tocó coronar solo al rey.  Como yo era tan pequeñita, el rey, aunque estaba sentado tuvo que doblarse hacia el frente para que yo pudiera ponerle la corona. 

Mientras tanto yo había comenzado a pedirle a mis padres me cambiaran de escuela porque quería ir a una donde hubiera Monjas.  Para esa época yo decía que quería ser Monja, (creo que muchas niñas católicas hemos pasado por esa etapa).  Por lo que mis padres me cambiaron en primer grado al Colegio San Agustín, el cual estaba administrado por la orden de Madres Escolapias.  El recuerdo de esos primeros años con las Monjitas Madre María, Sor Fidela, Madre Encarnación es uno que atesoro mucho, pues fueron muy dulces, conmigo.  En ese colegio estuve hasta graduarme de octavo grado y durante esos años recibí mucho apoyo también de Madre Rosaura, Sister Lydia, Sister Clare y de las maestras.  El trato de mis compañeros también fue de mucho apoyo.  Nunca recibí burlas ni me hicieron sentir mal por mi condición, como les ha pasado a otras personas que conozco también de pequeña estatura.  Por el contrario, tuve muy buenos amigos y amigas e inclusive los varones de mi salón me ayudaban a llevar el bulto, pues era muy pesado por la cantidad de libros y todos me daban la mano en lo que yo necesitara. 

Pero a pesar de que mis amigos en el colegio me trataban bien, al llegar la adolescencia comencé a sentir un poco la diferencia que había entre mi vida social y la que tenían mis amigas.  Ellas comenzaron a hablar de chicos y de noviecitos y en mi ninguno se fijaba.  Asistí a los primeros bailes de marquesina y nadie me sacaba a bailar.  En ese momento comprendí que esa etapa de la vida sería diferente para mí, pero no dejé que eso me impidiera de seguir disfrutando de la vida.  Años más tarde eso quedaría atrás y disfrutaría de innumerables bailes y llegaría mi primer amor. 

Al graduarme de octavo grado pasaría a estudiar a otro colegio tambien de Monjas y ese fue un periodo de mucho estrés para mí porque por primera vez después de tantos años entre los mismos compañeros y maestros, me enfrentaría a un mundo nuevo.  Durante el verano el colegio citó a todas las estudiantes a un día de orientación y a la vez se efectuaría la venta de libros y uniformes.  Ese día marcaría mi vida para siempre.  Mi mamá asistió y al ver el tamaño estándar de los uniformes, solicitó hablar con la Principal.  Necesitaba pedirle autorización para que le permitiera comprar la tela y que una costurera me hiciera el uniforme, ya que los que ellos vendían no me servían.  Mientras yo estaba en la orientación me fueron a buscar al salón para que me presentara en la oficina.  Mi presencia fue requerida para que la Principal, quien hasta ese momento no me había visto, entendiera cuan pequeña yo era.  Ella insistía en que el tamaño más pequeño, me tenía que servir porque yo no podía ser tan chiquita.  Por lo que a mi mamá no le quedó más remedio que solicitar me llevaran hasta ellas para lograr su aprobación.  Ese día enfrenté la ignorancia de las personas sobre mi condición de una manera diferente. 

En ese colegio hice muy buenas amigas, pero solo estuve dos años porque, por razones del trabajo de mi papá, nos mudamos de pueblo.  Por lo que los dos últimos años de escuela superior los terminé en una nueva escuela.  El primer día de clases tuve que lidiar con otra situación que también me marcó, por algunas horas negativamente pero luego resulto en lo totalmente opuesto.  Esa historia la cuento en otro de mis escritos, “La Reina”.