Los pequeñas y bonitas acciones son las nos dan alegría y permanecen en un rincón especial en nuestros corazones…
Hace unos días, mi hija y yo entramos a comer a un restaurante de comida rápida, el cual a mi parecer estaba vacío, quizás porque acostumbro ponerme gríngolas invisibles para ignorar las miradas y comentarios que en ocasiones hacen las personas al vernos. Y no es que yo sea una antipática o acomplejada, simplemente lo hago para crear una privacidad imaginaria para no permitir que puedan entrar en mi entorno situaciones incómodas.
Pero volviendo al tema que les quiero compartir. Algunos de este tipo de negocio se están moviendo con la tecnología y han cambiado su sistema de ordenar lo que vas a comer, sustituyendo los empleados que tomaban tu orden por pantallas electrónicas en las que el mismo cliente selecciona lo que quiere y hace el pago.
Como ya imaginarán, estas pantallas están a una altura considerablemente alta para nosotras. Pero ya les he explicado antes que a pesar de que mi hija y yo somos de la misma estatura, la diferencia en el tipo de enanismo (Acondroplasia vs. Displasia Espondiloepifisiaria) hace que mis extremidades sean más largas que las de ella. Así que, parada en la punta de mis pies logré hacer la orden.
Las bebidas ordenadas debían ser servidas por el mismo cliente en una máquina que estaba un poco más baja que la pantalla de ordenar. Escogimos nuestra mesa y de inmediato fui a servir nuestros refrescos. Justo antes de yo llegar hasta la máquina un joven se acercó y comenzó a llenar un vaso con hielo. Para mi sorpresa se volteó hacia mí y me preguntó qué tipo de refresco yo quería, al terminar me preguntó si quería que él le pusiera la tapa o prefería hacerlo yo. Creo que mi cara aún más sorprendida por su pregunta hizo que me explicara que me preguntaba por todo esto del Covid. Así que le dije que no se preocupara porque yo alcanzaba a las tapas y las podía poner. Mientras llenaba el segundo vaso, no pude resistirme y le pregunté si tenía familia o amistades de pequeña estatura, a lo que me respondió que conocía personas pequeñas.
Mi pregunta surgió porque no es común encontrar personas con esa empatía y dispuesta a ayudar al prójimo. Por lo regular las personas hacemos gestos de cortesía básicos como lo es el dar los buenos días, abrir una puerta o recoger algo que se haya caído, pero encontrar a alguien que además sea un joven, que se ponga en los zapatos de otro y hasta cierto punto pueda entender la necesidad de la otra persona, es sumamente gratificante. Sobre todo, en estos tiempos cuando tanto escuchamos decir que la juventud está perdida y que no tienen valores.
Al terminar de servirme los refrescos el muchacho volvió a su mesa y fue ahí cuando me di cuenta de que el restaurante no estaba del todo vacío. Él estaba allí almorzando con un grupo, que por la ropa deduje que eran compañeros de trabajo porque todos tenían la misma camiseta. Después de un rato todos ellos se levantaron para irse y el jovencito que me ayudó se volteó desde la puerta hacia nosotras para decirnos adiós.
Quise compartir esta anécdota porque me parece justo que, según en ocasiones denuncio otras historias negativas, también debemos de resaltar las cosas buenas que nos suceden. Y porque, aunque no sé quién era este chico, su gesto fue muy bonito y nos demuestra que no todo está perdido con nuestros jóvenes.
Somos más los buenos!!
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