Hoy en día los más adultos nos quejamos mucho de nuestros jóvenes y niños porque estos no tienen los mismos valores que nosotros sobre todo porque el respeto se ha perdido. Todos en un momento u otro hemos juzgado y me atrevería apostar a que muchos no nos detenemos a analizar la razón de este cambio, pero si lo hacemos veremos que no todo es culpa de ellos. Estoy convencida de que lo que vemos en estos días es solo un reflejo de lo que hemos perdido en la evolución de la sociedad. En mi época los padres tenían el poder absoluto de educar a sus hijos, pero con el pasar del tiempo se fue perdiendo. Los estudios del comportamiento humano comenzaron a sugerir otras formas de educar hasta que llegó el momento en que el gobierno crea agencias dirigidas a velar por el bienestar de la familia. Es en este punto es que, a mi entender, comienza esta campaña de crearles miedo a los adultos de educar en los valores y el poder es transferido a los niños. ¿Y, por qué digo esto? Pues porque sé de casos en los que los niños hasta amenazan a los padres con llamar a las agencias gubernamentales para acusarlos de maltrato cuando lo que los padres intentan hacer es educar.
Recientemente leí en el blog “Desde mi escoba”, que escribe una amiga, sobre una experiencia vivida por ella en un estacionamiento. Vio como una persona en silla de ruedas pasó trabajo para bajar la rampa porque había varios carritos de compra bloqueando la puerta de su guagua. Yo también he presenciado situaciones como esa. Cuando se implementaron los permisos para estacionamientos de impedidos aquí en mi país, se le asignaba una tablilla o placa especial al carro de la persona, de esa manera se identificaban y a la vez servía de permiso para la utilización de los estacionamientos de impedidos. Pues bien, en una ocasión vi estacionado en un espacio para impedidos el carro que portaba una tablilla de Senador. ¡Increíble!, ¿¿¿verdad??? En varias ocasiones he visto carros estacionados en los espacios designados para impedidos que no tienen la debida identificación. Y ustedes me dirán, quizás se le olvidó ponerla… es posible, pero, ¿y qué me dicen de los que se estacionan y se quedan sentaditos dentro del carro esperando por alguien y tampoco ponen la identificación? Esto no es más que una falta de respeto. No solo hacia las personas con impedimentos sino hacia las autoridades de ley y orden.
Pero existen otras faltas de respeto que no tienen nada que ver con la población impedida. Por ejemplo, hace varios años estaba de viaje con mi hija. Para nosotras es mucho más conveniente comprar excursiones en circuitos, pues nos facilita el acarreo de maletas y la transportación ya que estas cosas pueden ser casi una pesadilla cuando solo mides 43” y no tienes la fuerza para cargar objetos pesados. Pues bien, una mañana teníamos que salir muy temprano para movernos de una ciudad a otra y el restaurante donde nos servirían el desayuno se atrasó en abrir. Cuando pudimos entrar, cada persona o grupo separamos nuestro lugar para comer colocando nuestras carteras o abrigos en la silla, mientras íbamos a servirnos del “buffet” a toda prisa. Al regresar a la mesa y para sorpresa nuestra, otras personas estaban utilizando nuestras sillas, habían empujado nuestras cosas contra el espaldar y sentándose en la orilla del asiento, comían felizmente. Estas personas nos faltaron el respeto descaradamente y ni siquiera tuvieron la delicadeza de disculparse con nosotras. Demás está decirles que, por el resto del viaje no se atrevían ni a mirarnos.
Tristemente las faltas de respeto las vemos a diario cuando abrimos una puerta y no la aguantamos para el que se acerca, cuando conducimos y le queremos pasar el carro por encima a los demás y además de eso gritamos groserías, cuando nos colamos en una fila, cuando maltratamos a otros verbal o físicamente, cuando vemos a un niño desobedecer a un adulto y peor aun cuando vemos a un adulto dando malos ejemplos a los niños.
Recuerdo que cuando yo era niña, mis padres solo tenían que mirarnos de cierta forma, no había necesidad de que nos dijeran nada, para que mi hermana y yo entendiéramos que estábamos haciendo algo indebido y automáticamente cambiábamos nuestra conducta. En esa época existía respeto y nuestros mayores nos educaban para que siguiéramos sus enseñanzas. Si bien es cierto que nos castigaban cuando era necesario, no llegaban al maltrato como ocurre tanto ahora. En mi casa nos sentaban por algunos minutos sin acceso a juguetes, televisión o cualquier otra cosa que nos distrajera. Si consideraban necesario pegarnos, nunca nos dejaron marcas por lo fuerte del cantazo. Si subían el tono de voz para regañarnos nunca hubo malas palabras incluidas. Hoy en día he escuchado a madres o padres regañar a sus hijos utilizando palabras que aun para un adulto son fuertes.
Hace unos meses mi hija se encontraba trabajando y una niña al verla hizo comentarios sobre su estatura y sus padres regresaron con la niña a donde mi hija para que le pidiera excusas y no solo eso, le exigieron que la abrazara como parte de su petición de perdón. La conducta de esos padres me hace pensar que no todo está perdido. Es nuestra responsabilidad inculcar a los menores el respeto hacia todas las personas sin importar quién o como sea, el respeto por la ley y por las instituciones que rigen nuestra sociedad. Solo de esa forma lograremos que los seres humanos podamos convivir en armonía.